Los obispos tienen todo el derecho del mundo a opinar en una sociedad democrática, como cualquier otro ciudadano. Otra cosa es que su opinión resulte más o menos convincente. Desde el punto de vista eclesial, los obispos tienen entre sus funciones orientar la conducta de los católicos en la esfera pública porque el cristianismo es una religión que tiene una palabra sobre todas las dimensiones del ser humano y no sólo sobre las estrictamente privadas. Ahora bien, la participación directa de los responsables eclesiales en la escena política, plantea, a mi juicio, riesgos específicos como los siguientes (no digo que incurran en ellos, sólo los señalo): (1º) Partidismo. La Iglesia no puede alinearse con una sola ideología o partido político. Existe la tentación de entablar una coalición de intereses con el partido menos malo desde la propia óptica. (2º) Clericalismo. La participación directa en los asuntos políticos corresponde, fundamentalmente, a los laicos y desde una posición pluralista, además. (3º) Fundamentalismo. Un estilo que clame por la imposición del modelo de vida católico a toda la sociedad o que proponga el futuro desde la añoranza de los patrones culturales de nuestros abuelos, no es evangélico ni inteligente. Me parece que el potencial emancipador del cristianismo debe presentarse, sobre todo, en positivo, como una puerta abierta a la esperanza (otra manera de vivir es posible) y no en negativo como una losa moral, pesada e incomprensible, administrada por personas que ofrecen la sensación de estar en permanente estado de cabreo (4º) Política con disfraz. Algunos líderes católicos pueden sentir la tentación de hacer derivar del Evangelio o del Magisterio su propia postura político/partidista (que por supuesto que se tiene, todos la tenemos). (5º) Jugar con fuego. Algunos documentos eclesiales valoran de modo muy relativo el sistema democrático (una 'simple cuestión de mayorías'), con desafección y lejanía, cuando no con afirmaciones bastante simplistas. Naturalmente, las mayorías pueden equivocarse, pero un sistema democrático es más que el principio de la mayoría y, dada la dificultad (en parte por las resistencias eclesiales) que hemos tenido los españoles a lo largo de nuestra historia de vivir en un sistema democrático (de verdad sólo lo hemos logrado después de 1978), y las trágicas consecuencias que de ello se ha derivado, me parece inapropiada e injusta una mirada de nuestro sistema político tan fría y reticente, como si careciera de trasfondo moral sólo porque no gusta cómo se gobierna. (6º) Falta de coherencia. No se puede estar reprochando a los otros, a los terribles 'laicistas radicales' falta de buena fe y seguir manteniendo los belicosos comentaristas de la COPE, por ejemplo. No puedes tirar piedras al vecino si tu techo es de cristal. Y menos si se supone que uno de tus mensajes centrales es no tirar piedras o quitarlas de los muros para tender puentes. (7º) Falta de finura. ¿De verdad, por ejemplo, alguien cree que una asignatura es determinante en la educación de los niños en algún sentido? ¿De verdad alguien cree que los profundos cambios en la institución de la familia son obra de los cambios legislativos de un Gobierno? Si no se acierta en el diagnóstico, mucho menos en el tratamiento. (8º) Abuso colegial. El que los líderes católicos más incisivos y conservadores sean los más visibles en la Iglesia española hipoteca las posibilidades de expresión de otros responsables más equilibrados y sesga incorrectamente la imagen de toda la comunidad católica.
("El Norte de Castilla").
("El Norte de Castilla").
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